Haciendo un cálculo aproximado, he llegado a la conclusión de que debía hacer unos veinticinco años que no leía un Astérix. Recuerdo la colección y me recuerdo a mí mismo en la cama de mi habitación, en casa de mis padres. Era de noche. Muy tarde ya. Y me partía de risa.

Me partía yo y se partía mi hermano, cinco años mayor, que dormía en la cama de al lado. A él se le caían las lágrimas. Cada uno de nosotros tenía un volumen distinto en la mano. Mi hermano le había pedido prestada la colección entera al que años más tarde sería su cuñado.

Mi madre daba golpes en el tabique que nos separaba de su cuarto. ¡¡¡Queréis dormiros ya!!! Pero no nos dormíamos hasta que acababa la aventura que nos estuviésemos leyendo.

Después sí. Cansados de reír. Con la sonrisa en los labios.

Hoy he vuelto a leer Astérix. El nuevo. Se titula Astèrix y el papiro del César (Astèrix i el papir del Cèsar, en CAT). El guionista y el ilustrador han cambiado. Los temas y los personajes se han actualizado. Me gusta. Me lo he pasado muy bien. Pero sobre todo me ha gustado recordar, al leerlo, aquella habitación donde lo leía hace ya varias vidas. Aquellas risas. Aquellos cabreos de mi madre.

-¡Será posible! Agustín, diles algo a tus hijos.

-Deja que se rían…


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