La Petita tiene fiebre. Y no es por la gripe, qué va. La fiebre es una de esas que se cogen cuando comienzas a leer un libro y te adentras en una dimensión desconocida que te resulta tan familiar que necesitas seguir leyendo, porque en cada aventura sabes que hay un trocito de ti. Algo que siempre quedará en tu memoria como si lo hubieras vivido.

Vamos por el tercer libro de Las Crónicas de Narnia, El caballo y el muchacho, y no podemos parar. Y no porque sea una serie de esas que se construyen artificialmente, dejando los hilos de la trama por coser para obligar al lector a comprar la siguiente entrega. Ni mucho menos. Tampoco es el diario lleno de dibujitos de un antihéroe cotidiano. Todo lo contrario. No podemos parar porque cada número hace crecer un mundo fantástico repleto de ideas brillantes, de aventuras, de personajes legendarios y escenarios impresionantes. Y lo hace escogiendo tramas estupendas completamente independientes entre sí.

Narnia es un puzzle maravilloso escondido en un armario en el que el tiempo transcurre de forma independiente al de nuestro mundo. A lo mejor salimos por su puerta mañana o pasado y descubrimos que volvemos a tener 10, 11, 12 años y que acabamos de vivir la gran aventura de nuestras vidas. Quién sabe.

Ehhhh…no. No es la serie de moda. De hecho parece un poco olvidada.

Es que a La Petita eso de las modas le importa poco, la verdad.


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