Hace ya algunos meses cayó en nuestras manos Vango, una novela de aventuras publicada por La liebre de marzo cuyo principal atractivo, a priori, radicaba en el nombre de su autor, Timothée de Fombelle. Un nombre sonoro, fantástico para un escritor, incluso para uno que nos resultaba por entonces totalmente desconocido.
Fue después cuando supimos que su serie Tobie Lolness es uno de los grandes fenómenos de la literatura juvenil francesa contemporánea. Y fue mientras escalamos los edificios de París de la mano de Vango y alzamos el vuelo en el Graf Zeppelin, ese gigante hinchado de helio que se convierte en un personaje más de la novela, cuando confirmamos que detrás del nombre había un narrador excepcional.
De Fombelle se sitúa en la estela de los grandes de la novela de aventuras con un personaje que busca su identidad sin darnos tregua. De Notre Damme a Sicilia, de la Alemania nazi a la Rusia de Stalin, de los castillos de Escocia a Nueva York.
Vango tiene la magia de las grandes historias, toda una colección de personajes fabulosos -algunos de ellos magistralmente trazados, como el comisario parisino que persigue al protagonista-, una búsqueda personal que a cada paso se va haciendo más y más enrevesada y enigmática, y una virtud que cada vez se encuentra menos en la novela juvenil: la consideración del lector como un ser inteligente a quien se puede someter a un cierto grado de exigencia.
Si algún pero tuviésemos que ponerle sería que en ciertas ocasiones la narración parece dispersarse un poco. No es tanto un error concreto como una sensación, pero que en ningún caso afecta al placer que produce la lectura de este primer volumen de la novela, que deja con unas ganas tremendas de que llegue su continuación, lo que según la editorial ocurrirá hacia los meses de octubre o noviembre.
Si te gusta leer, tienes más de doce años y estás un poco harto de mundos post apocalípticos en los que solo los jóvenes han sobrevivido y bla bla bla… Vango es una recomendación excepcional para este verano.
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